Ella Cada día se sentaba junto a la pequeña mesita de su cocina, y esperaba impaciente a que el reloj de enfrente marcase las siete y cuarto de la tarde, hora en la que él, cruzaba por delante de su ventana.
Era un muchacho apuesto, elegante, con cierto aire aristocrático. No mostraba una titánica sonrisa pero esta en ocasiones se delineaba bajo su puntiaguda nariz. Ella, consciente de la situación, sabía a ciencia cierta que si el sonreía en su máximo esplendor, aparecerían dos hoyuelos a los que no conseguiría resistirse. Sabía que no lograría conformarse con observarlo a través del cristal.
A juzgar por su vestimenta, deducía que debía trabajar en un banco, o ser un mortal importante, de esos con miles de negocios que atender.
Lo contemplaba ensimismada para después tirarse un rato especulando. Tenía todo imaginado al más mínimo detalle.
Lo encuadraba dentro del grupo de tíos “de clase A”: amantes afectuosos, adinerados, amistosos y apasionados. Lo idolatraba.
A las ocho bajaba de las nubes. Hora en la que su marido llegaba del bar, pasado de copas.
EL
Todos los días a las siete de la tarde acudía a su oficina para devolver el coche del trabajo. Estaba cansado de su rutina y maldecía el barrio residencial de la zona. Añoraba sus tiempos buenos, en los que las facturas no le asfixiaban.
Había renunciado a todo y empezaba a olvidar sus ideales. Odiaba su actual trabajo, aunque era la única oportunidad que le habían ofrecido en muchos años. Aborrecía su traje de cobrador del frac y la política de extorsión de la empresa.
Su nuevo look no era santo de su devoción y se veía horrible sin sus largas y decoloradas rastas.
A las siete y cuarto pasaba delante de una ventana. Detrás de ella, una mujer de unos cuarenta años empezaba a preparar la cena. Sus rasgos no eran perfectos, pero había reparado en el continuo brillo de sus ojos.
De camino a su casa okupa, imaginaba que ella era la mujer de un importante hombre de negocios. Quizá la feliz esposa de un banquero. De esos a los que a él le asfixiaban continuamente.
Reflexionaba sobre su situación actual y sobre la de ella. Una bella mujer residiendo en un bello barrio residencial. No era una mujer para el.
Aunque le hubiese gustado contemplar esos ojos de cerca.